Hablar del amor antes me resultaba estúpido, incorrecto, inalcanzable; no quería arriesgarme a sentir mariposas en el estómago, gritar de la emoción por la llegada del susodicho, mucho menos tener que arriesgarme a ocultar mis defectos para resultar perfecta, la mujer indicada ante sus ojos.
Acudir a una cita me resultaba casi imposible, aquellos amores tormentosos y platónicos eran más accesibles en aquella época, nunca me considere una santa pero tampoco la muchachita que regalaba besos cuando se le venia en gana, tenía mis limitaciones, era calculadora.
Siempre fui enamoradiza, una adolescente en pleno cascarón, creía en el amor aunque constantemente evitara cualquier contacto con el, me agradaba ilusionarme con una mirada, un beso o con frases sublimes y a veces entorpecidas.
Cambiar es un gran paso pero recordar aquellos errores del pasado que repercutan en el presente, te hacen extrañar esas circunstancias que parecían inadecuadas, irresponsables pero a la vez exquisitas desde un punto un tanto masoquista.
Ese saborcito al que todos llamamos pecado se ha establecido en las paredes de mis pensamientos, deseos, pasiones; relaciones momentáneas seria la opinión más equívoca pero a la vez provocadora.
La pasión por lo prohibido ha sido el título o tema de varias canciones, lo prohibido sabe bien en el momento, pero lo que viene después resulta inesperado, desastroso, vacío; solo es cuestión de tiempo.
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