Eran las tres de la tarde, presurosa caminaba por Sarmiento; el tiempo pasaba cada vez más rápido, llegar tarde era mi costumbre de todos los días, pues así llegara a la universidad en los cinco minutos de tolerancia, como dice mi viejo “la hora es la hora”.
Llegue a Bolognesi y no dejaba de ver el reloj, la vereda estaba casi vacía, no divisaba a ninguna persona esperando carro, mi inquietud e impaciencia se denotaban en el movimiento de mis pies, manos y hasta cabeza.
Cuando al fin divise una combi de etiqueta azul, bueno celeste; un paréntesis, hasta ahora no entiendo mi fanatismo por hacer comparaciones irrelevantes, ni que estuviera hablando de wiskys, bueno para no salirme del tema; inmediatamente arribe el vehículo.
Pensativa, meditabunda, absorta, ensimismada, y todos los sinónimos que puedan encontrar en el Word, pueden calificar mi estado en ese momento. Cuando alce la mirada y deje mi mundo interno, pude observar diversos rostros cada uno con características únicas en su especie; y con expresiones y posturas distintas.
De repente, mi monedero cayó del bolso, un hecho inesperado se aproximaba, mi corazón latía cada vez más rápido, las personas aterradas callaron.
Fueron milésimas de segundos, cuando un auto choco con otro y dio cuatro vueltas de campana, el vehículo se aproximaba, la gente gritaba, el conductor perplejo no ataba ni desataba había entrado en un estado de shock.
El cobrador, un jovencito de 17 años a lo mucho solo miraba como el auto se aproximaba brutalmente.
Solo faltaban cinco, cuatro, tres, dos y ahí estaba el auto a punto de chocar; los pasajeros del lado derecho cerraban los ojos mientras lentamente sentían el golpe de los dos vehículos.
La cabeza de la señora que estaba cerca de la puerta de la combi se desformaba lentamente, el desgarramiento del brazo derecho y las fracturas de ambas piernas, fue la parte más escalofriante.
La misma suerte corrieron los pasajeros que estaban cerca de la ventana derecha, grandes charcos de sangre chorreaban mientras trasladaban a las víctimas de tan desafortunado accidente, en aquella superficie llena de dolor y sufrimiento.
El olor se había impregnado en toda la zona, la muchedumbre curiosa auxiliaba a algunas de las víctimas que imploraban ayuda, aquel día nuestras calles se vistieron de negro, estábamos de luto, un minuto interminable de silencio no fue suficiente penitencia para tan terrible suceso.
Tres muertos, 10 heridos, un hecho que demostró los límites entre la vida y la muerte; y tan solo una historia más de la que ya estamos tan acostumbrados.
Mire reloj, ya eran las tres de la tarde, gire la mirada hacia el cobrador y le dije: "en la esquina, por favor".
Llegue a Bolognesi y no dejaba de ver el reloj, la vereda estaba casi vacía, no divisaba a ninguna persona esperando carro, mi inquietud e impaciencia se denotaban en el movimiento de mis pies, manos y hasta cabeza.
Cuando al fin divise una combi de etiqueta azul, bueno celeste; un paréntesis, hasta ahora no entiendo mi fanatismo por hacer comparaciones irrelevantes, ni que estuviera hablando de wiskys, bueno para no salirme del tema; inmediatamente arribe el vehículo.
Pensativa, meditabunda, absorta, ensimismada, y todos los sinónimos que puedan encontrar en el Word, pueden calificar mi estado en ese momento. Cuando alce la mirada y deje mi mundo interno, pude observar diversos rostros cada uno con características únicas en su especie; y con expresiones y posturas distintas.
De repente, mi monedero cayó del bolso, un hecho inesperado se aproximaba, mi corazón latía cada vez más rápido, las personas aterradas callaron.
Fueron milésimas de segundos, cuando un auto choco con otro y dio cuatro vueltas de campana, el vehículo se aproximaba, la gente gritaba, el conductor perplejo no ataba ni desataba había entrado en un estado de shock.
El cobrador, un jovencito de 17 años a lo mucho solo miraba como el auto se aproximaba brutalmente.
Solo faltaban cinco, cuatro, tres, dos y ahí estaba el auto a punto de chocar; los pasajeros del lado derecho cerraban los ojos mientras lentamente sentían el golpe de los dos vehículos.
La cabeza de la señora que estaba cerca de la puerta de la combi se desformaba lentamente, el desgarramiento del brazo derecho y las fracturas de ambas piernas, fue la parte más escalofriante.
La misma suerte corrieron los pasajeros que estaban cerca de la ventana derecha, grandes charcos de sangre chorreaban mientras trasladaban a las víctimas de tan desafortunado accidente, en aquella superficie llena de dolor y sufrimiento.
El olor se había impregnado en toda la zona, la muchedumbre curiosa auxiliaba a algunas de las víctimas que imploraban ayuda, aquel día nuestras calles se vistieron de negro, estábamos de luto, un minuto interminable de silencio no fue suficiente penitencia para tan terrible suceso.
Tres muertos, 10 heridos, un hecho que demostró los límites entre la vida y la muerte; y tan solo una historia más de la que ya estamos tan acostumbrados.
Mire reloj, ya eran las tres de la tarde, gire la mirada hacia el cobrador y le dije: "en la esquina, por favor".
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