jueves, 23 de abril de 2009

La vergüenza negra


El deporte no me es indiferente, nunca lo fue; sin embargo, si habláramos de redactar anécdotas vividas sobre clásicos deportes como el fútbol, voley, básquet, tenis, y todos aquellos que suelen pasar en la TV, creo que ninguna experiencia vivida amedita hablar de ella; por ello, mi “amplio conocimiento” propone una idea distinta de deporte.

En toda mi corta vida he escuchado frases tan repetidas por mamá como “si no estudias te voy a llevar a vender limones al mercado” o “te voy a masacrar” y te termina pegando con una media de felpa, y como olvidar la tan empleada por todas nosotras, ¡las mujeres!, “ayyy me siento gorda”, siendo esta última motivo suficiente para emprender el largo camino para lograr las tallas pequeñas.

Mi presencia en los gimnasios en calidad de espectadora, acompañante y luego clienta, impulsada por mi madre ¡claro! me han conllevado a muchos años de mi vida perdidos en cosas tan superficiales como cuidar la línea, hacer dieta cuyo requisito fundamental es no comer ni un caramelo, para evitar el enchachamiento, digo ensanchamiento.

Aeróbicos, baile, spining, mecánicos, ¿qué más falta?, pero bueno tanto rollo no es para hablar si rindió o no frutos, sino para entender la razón por la cual elegí este deporte.

Fue mas o menos hace un año, después de realizar mi rutina de 300 abdominales, media hora de bicicleta estacionaria, y usar todas las maquinas habidas y por haber.
Luego de tres horas de entrenamiento me disponía a cambiarme para dirigirme a casa, terminaba con la lengua afuera, botella de agua en mano y ojos desorbitados, eran tres horas de entrenamiento… ¡tiempos aquellos!

Me moje la cara, saque la sudadera, el top junto con el brazier, seque mi rostro con una toalla, puse ropa limpia y finalmente una colonia de baño con fragancia a lima limón; listecita para salir de los servicios higiénicos me percate que por el apuro solo había sacado las cosas que utilizaría, dejando la mochila en el mostrador donde se encontraba mi entrenador, el chato Jesús, bueno… en aquel momento no seria mayor problema podía llevar las cosas en la mano, ocultar las que no se deben verse con las que si.

Camine por el gimnasio para dirigirme a la mochila, había un grupito de chicos conversando, alce la mano para despedirme de ellos cuando a
lgo cayó de mis manos nada menos que mi sostén negro, no era un ¡ops! era una gran ¡OPS!, todos se quedaron mirando, de la nada el bullicio que se había originado minutos antes dejó a todos perplejos y sobre todo a la dueña de la vergüenza negra, yo.

En ese momento mi intención era recogerlo y salir del lugar, pero el ganchito del brazier se atasco en la tapizado de la locación, jale y jale y la vergüenza seguida atascada, no se si han visto los dibujos animados donde el personaje asombrado abre tanto la boca que hasta las mosca hacen fiesta en su lengua, algo así era la expresión de los espectadores impacientes a saber el gran final de la vergüenza negra.
Con las mejillas sonrojadas y mi expresión de autogol, jalaba y jalaba en medio de mi desesperación porque me tragase la tierra, o se borrara la historia.
Uno de los muchachos al fin reaccionó, y saco lentamente el ganchito maldito que conformaría mi gran listado de anécdotas vergonzosas.

Levante el sostén, agradecí al muchacho por su salvadora intervención y salí caminando como quien lleva al diablo, puse mis cosas dentro de la mochila, y con mi cara cerezona recién salida del cerezo, me retire de la zona que representaría más adelante uno de los tantos recuerdos que jamás olvidare, porque en el momento pudo ser espantoso pero recordarlo más adelante en compañía de tus hijos, nietos, conocidos, amigos, será inolvidable, siempre es bueno tener algo que contar.

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